lunes, 7 de febrero de 2011

7:21 am.



El puente sobre el río del Búho

II

Peyton Farquhar, plantador de fortuna, pertenecía a una vieja y respetable familia de Alabama. Propietario de esclavos, se ocupaba de política, como todos los de su casta; fue, desde luego, uno de los primeros secesionistas y se consagró con ardor a la causa de los estados del sur. Imperiosas circunstancias, que no es el caso relatar aquí, impidieron que se uniera al valiente ejército cuyas desastrosas campañas terminaron por la caída de corinthy, y se irritaba de esta sujeción sin gloria, anhelado dar rienda libre a sus energías, conocer la vida más intensa del soldado, encontrar la ocasión de distinguirse. Estaba seguro de que esa ocasión llegaría pare él, como llega para todo el mundo en tiempos de guerra. Entre tanto, hacía lo que podía, ningún servicio le parecía demasiado peligrosa si era compartible con el carácter de un civil que tiene alma de soldado y que con toda buena fe y sin demasiado escrúpulos admite en buena parte este refrán francamente innoble: en el amor y en la guerra, todos los medios son buenos.




Una tarde, cuando Farquhar y su mujer estaban sentados en un banco rústico, cerca de la entrada de su parque, un soldado de uniforme gris detuvo su caballo en la verja y pidió de beber. La señora Farquhar no deseaba otra cosa que servirlo con sus blancas manos. Mientras fue a buscar un vaso de agua, su marido se acercó al jinete cubierto de polvo y le pidió con avidez noticias del frente.

Los yanquis están reparando las vías férreas – dijo el hombre – porque se preparan para una nueva avanzada. Han alcanzado el puente del Búho, lo han logrado y han construido una empalizada en la orilla norte. Por una orden que se ha fijado en carteles en todas partes, el comandante ha dispuesto que cualquier civil a quien se sorprenda dañado las vías férreas, los túneles o los trenes, deberá ser ahorcado sin juicio previo. Yo he visto la orden.

- ¿A qué distancia queda de aquí el puente del búho? – pregunto Farquhar.
- A unas treinta millas.
- ¿No hay ninguna tropa de este lado del rio?
- Un solo piquete de avanzada a media milla, sobre la vía férrea, y un solo centinela de este lado del puente.
- Suponiendo que un hombre – un civil, aficionado a la horca – esquive el piquete de avanzada y logre engañar al centinela – dijo el plantador sonriendo - , ¿qué podría hacer?
El soldado reflexionó

- Estuve allí hace un mes. La creciente del último invierno ha acumulado gran cantidad de troncos contra el muelle, de este lado del puente. Ahora esos troncos están secos y arderían como estopa.
En ese momento la dueña de casa trajo el vaso de agua, bebió el soldado, le dio las gracias ceremoniales, saludó al marido, y se alejó con su caballo. Una hora después, caída la noche, volvió a pasar frente a la plantación en dirección al Norte, de donde había venido. Aquella tarde había salido a reconocer el terreno. Era un soldado explorador del ejército federal.

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