Para mí simplemente la vanguardia no existe. O en todo caso absurda. Por ejemplo, los movimientos vanguardistas de los años sesenta decretaron, incomprensiblemente, el fin del arte, por la sencilla razón de que según su opinión, en el mundo ya no quedaba talentos después de lo que ellos habían hecho. Eso es totalmente falso; pues no se puede decretar la muerte de algo que vivió muchos siglos, desde los albores mismos de la humanidad, solo porque ahora se les ocurrió que tenía que morir.
¿Pero no crees siquiera en la vanguardia en el sentido de cambio?
Para que haya cambio no se necesita que haya vanguardia.
¿Y el artista no seria aquel que abre nuevos cambios, que señala nuevas rutas?
El camino no lo señala nadie. Las cosas están allí desde un principio.
Ya que hablamos de camino, ¿No piensas en el camino más radical: la muerta?
No, no pienso en la muerte; seguramente es ella la que pensará en mí.
UNA BUSQUEDA DE LO INTANGIBLE
Esa misma versatilidad que ha motivado los continuos cambios en su trabajo con las palabras, configurando poéticas marcadamente distintas, le ha permitido posteriormente inclinarse a desplegar metáforas en el espacio mismo, a través de acciones o performances que realiza desde fines de los años sesenta. A menudo de carácter sesgadamente anímico o autobiográficos, éstas tejen lazos perceptibles con sus propias escritos, incluso con motivadas por ellos, prolongadas así la lectura que ha hacerse de los mismos en un territorio poco inhollado por los estudios literarios.
Así, la fascinación que ejerce sobre el actual panorama cultural de Lima, descansa también en una actitud vital que podría convertirse en un casi un imperativo de existencia: inclinarse por el riesgo en lugar de la seguridad y preferir el proceso como un objetivo deseable, en el cual el arte o la poesía resulta simplemente algo que se va, por descuido, diseminado en el camino.
Emilio Tarazona
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