jueves, 9 de abril de 2009

LA PATA DE MONO



III

En le cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio.

Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativas se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que los algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenía nada que decirse; sus días eran interminables hasta el cansancio.
Una semana después, el señor White, despertándose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo. El cuarto estaba a oscuras; oyó, cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar.
- Vuelve a acostarte – dijo tiernamente -, Vas a Tomar frío.
- Mi hijo tiene más frío –dijo la señora White y volvió a llorar.
Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueños. Un despavorido grito de su mujer lo despertó.
- ¡La pata de mono! – gritaba desatinadamente -. ¡La pata de mono!
El señor White se incorporó alarmado.



-¿dónde está? ¿Qué sucede?

Ella se acercó
- La quiero. ¿no la has destruido?
- Está en la sala, sobre la repisa – contestó asombrado-, ¿Para qué la quieres?
Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente:

- Sólo ahora ha pensado… ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste?
- ¿Pensaste en qué? – preguntó




- En los otros dos deseos – respondió enseguida - , Sólo hemos pedido uno.
- ¿No fue Bastante?
- No – gritó ella triunfante-, Le pediremos otro más. Buscando pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida.
El hombre encendió la vela.
- Dios mío, estás loca.
- Búscala pronto y pide – le balbuceó- ; ¡mi hijo, mi hijo!
El hombre encendió la vela-
Vuelve a costarte. No sabes lo que estás diciendo,
Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo?-
- Fue una coincidencia.
- Búscala y desea – gritó con exaltación la mujer. El marido se dio vuelta y la miró.
- Hace diez días que está muerto y además (no quiero decirte otra cosa) lo reconocí por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que viniera…
- Tráemelo – gritó la mujer arrastrándolo hacia l PUERTA-. ¿Crees que temo al niño que he criado?



El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa. El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto. Pidió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano.
Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pereció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo.
- Pídelo – gritó con violencia.
- Es absurdo y perverso – balbuceó.
- Pídelo – repitió la mujer.
El hombre levantó la mano:
- Deseo que mi hijo viva de nuevo-
El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de ahí, hasta el frio del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer, que estaba en la ventana. La vela se había consumido; hasta apagarse, proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes.



Con le inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado.

No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva; el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela.
Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender otro; simultáneamente, resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada.

Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huye a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe.



-¿Qué es eso?- grito la mujer.
- Una laucha – dijo el hombre-, Una laucha, se me cruzó en la escalera.

La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa.
-¡es Herbert! ¡Es Herbert!- La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó.
-¿Qué vas a hacer?- le dijo ahogadamente.
-¡es mi hijo; es Herbert!- gritó la mujer, luchando para que la soltaran-, Me había gritó la mujer, luchando para que la soltaran-. Me había olvidado que le cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta.
_ por amor de Dios, no le dejes entrar – dijo el hombre, temblando.
-¿Tienes miedo de tu propio hijo?- gritó-, Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy.

Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó al cuarto. El hombre la siguió y la llamó mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y y luego la voz de la mujer, anhelante:
_ La tranca_ dijo-, No puedo alcanzarla.




Pero el marido, arrodillando, tanteaba el piso en busca de la pata de mono.
- Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara…
Los golpes volvieron a sonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la pata de mono y; frenéticamente, Balbuceó el tercer y último deseo.

Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirara la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera; y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para corre hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba desierto y tranquilo.


JACOBS, WILLIAMS WYMARK

1965.

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