martes, 31 de marzo de 2009

LA PATA DE MONO

II




A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se río de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior; y esa pata de mono, arrugada, tirada sobre el aparador, no parecía terrible.
- Todos los viejos militares son iguales – dijo la señora White -. ¡ Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías ¡ ¿ Cómo puede creerse en talismanes, en esta época? Y si consiguieras las decientas libras, ¿ qué mal podrían hacerte?
- Pueden caer de arriba y lastimarle la cabeza – dijo Herbert
- Según Morris, las cosas ocurrían con tan naturalidad que parecían coincidían – dijo el padre.
- Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta – dijo Herbert levantándote de la mesa-. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte.




La madre se rió, lo acompaño hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido. Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta, corrió abrirla y, cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre, se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres impertinentes.
- Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas – dijo al sentarse.
- Sin duda – dijo el señor White-, Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo.
- Habrá sido en tu imaginación – dijo la señora suavemente.
- Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado.
Era … ¿ qué sucede?




Su mujer no le contestó Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía una galera nueva y reluciente: pensó en las doscientas libras. El hombre se mantuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar. Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla.
Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incomodo. La miraba furtivamente, mientas ella le pedía disculpa por el desorden que había en el curto y por el guardapolvo del motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio.




- Vengo de parte de la compañía Maw & Meggins – dijo por fin.
- La señora White tuvo un sobre salto.
- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert?
- Su marido se interpuso.
- -espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor.
- Y lo miró patéticamente.
- Lo siento… - empezó el otro.
- ¿Está herido? – pregunto, enloquecida, la madre.
El hombre asintió.
- Malherido – dijo pausadamente -, pero no sufre.
- Gracias a Dios – dijo la señora White, juntando las manos-, Gracias a Dios.




Bruscamente comprendió en sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomo la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio.
- Lo agarraron las máquinas – dijo en la voz baja el White, aturdido.
- Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados.
- Era lo único que nos quedaba – le dijo al visitante-, es duro.
El otro se levantó y se acercó a la ventana.
- La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida- dijo sin darse vuelta -, le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron.
- No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida.
- Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niega toda responsabilidad en el accidente – prosiguió el otro -. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, les remite una suma determinada.
El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra:
- ¿Cuándo?
- Doscientas libras – fue la respuesta
- Sin oír el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado.

CONTINUARA

Wlliam Wymark jacobs

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