domingo, 9 de noviembre de 2008

CAMINANDO A LO INALCANZABLE



LA INMORTALIDAD, Goethe no temía esa palabra. En su libro Memoria de una vida, que lleva el famoso sub titulo la Poesía y Verdad, escribe sobre el telón que observaba ansioso en el nuevo teatro de Dresden cuando tenía diecinueve años







La inmortalidad de la que habla Goethe no tiene, por supuesto, nada que ver con la fe religiosa en la inmortalidad del alma. Se trata de otra inmortalidad distinta, completamente terrenal, de la de quienes permanecerán tras su muerte en la memoria de la posteridad. Cualquiera puede alcanzar una inmortalidad mayor o menor, más corta o más larga, y desde muy joven le da vueltas al asunto en sus pensamientos. Del alcalde de un pueblo de Moravia al que de pequeño yo iba con frecuencia de excursión, contaba que tenía en casa un ataúd preparado para su propio entierro y que en los momentos felices, cuando se sentía especialmente contento de sí mismo, se acostaba en él y se imaginaba su propio entierro. No conocía en su vida nada más hermoso que esos momentos de ensoñación en el ataúd; permanecía en su inmortalidad.


Claro que antes la inmortalidad no hay igualdad entre las personas. Tenemos que diferenciar la denominada pequeña inmortalidad, el recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron (ésta era la inmortalidad con la que soñaba el alcalde del pueblo de Moravia), de la gran inmortalidad, que significa el recuerdo del hombre en la mente de aquellos a quienes no conoció personalmente. Hay trayectorias vitales que sitúan al hombre, desde el comienzo, ante esta gran inmortalidad, ciertamente insegura, incluso improbable, pero innegablemente posible: son las trayectorias vitales de los artistas…




Sabe, Johannes – dijo Hemingway -, a mí me acusan constantemente. En lugar de leer mis libros, ahora escriben libros sobre mí. Dicen que no quise a mi esposa. Que no me dediqué bastante a mi hijo. Que no fui sincero. Que fui orgulloso. Que mentí. Que fui un machista. Que deje que tenía doscientas treinta heridas y sólo tenía doscientos diez. Que no ame. Que hacía enfadar a mi mamá



Eso es la inmortalidad – dijo Goethe – LA INMORTALIDAD es el juicio eterno.
Si es el juicio eterno, debería haber un juez como dios Manda. Y no una estúpida maestra de escuela con una vara en la mano.
Una vara en la mano de una maestra estúpida, eso es el juicio eterno. ¿Qué se imaginaba, Ernest?
No me imaginaba nada. Lo único que esperaba era poder vivir en paz, al menos después de muerto.
Hizo usted todo lo necesario para ser inmortal.
En absoluto. Lo único que hice fue escribir libros. Eso es todo.
¡Precisamente ¡ rió Goethe.

MILAN KUNDERA

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