jueves, 29 de julio de 2010

Historia de Abdula

Borges escribió en 1986 en el prólogo a mil y una noches de su biblioteca personal: “El libro es una serie de sueños cuidadosamente soñadas (…) los siglos pasan y la gente sigue escuchando la voz de Shahrázad”.

Los caminos tienen otro significado si se cuentan de esta manera…



Historia de Abdula, El mendigo Ciego

… El mendigo ciego que había jurado no recibir ninguna limosna que no estuviera acompañado de una bofetada, refirió al califa su historia:

Comendador de los creyentes, he nacido en Bagdad. Con la herencia de mis padres y con mi trabajo, compré ochenta camellos que alquilaba a los mercaderes de las caravanas que se dirigían a las ciudades y a los confines de nuestro dilatado imperio.

“Una tarde que volvía de Bassorah con mi recua vacía, me detuve para que pastaran los camellos; los vigilaba, sentado a la sombra de un árbol, ante una fuente, cuando llegó un derviche que iba a pie a Bassorah. Nos saludamos, sacamos nuestras provisiones y nos pusimos a comer fraternalmente. El derviche, mirando mis numerosos camellos, me dijo que, no lejos de ahí, una montaña recelaba un tesoro tan infinito que aun después de cargar de joyas y de oro los ochenta camellos, no se notaría mengua en él. Arrebatado de gozo me arrojé al cuello del derviche y le rogué que me indicara el sitio, ofreciendo entendió que la codicia me hacía perder el buen sentido y me contestó:

“Hermano, debes comprender que tu oferta no guarda proporción con la fineza que esperas de mí. Puedo hablar más del tesoro y guardar mi secreto. Pero te quiero bien y te haré una proposición más cabal. Iremos a la montaña del tesoro y cargaremos los ochenta camellos; me darás cuarenta y te quedarás con otros cuarentas, y luego nos separaremos, tomando cada cual su camino.

“Esta proposición razonable me pareció durísima; veía como un quebranto que el derviche, un hombre harapiento, fuera no menos rico que no. Accedí, sin embargo, para no arrepentirme hasta la muerte de haber perdido esa ocasión.
“Reuní los camellos y nos encaminamos a un valle, rodeado de montañas altísimas un camellos podía pasar de frente.



“El derviche hizo un haz de leña con la ramas secas que recogió en el valle, lo encendió por medio de unos polvos aromáticos, pronunció palabras incomprensibles, y vimos, a través de la humareda, que se abría la montaña y que había un palacio en el centro. Entramos, y lo primero que se ofreció a mi vida deslumbrada fueron unos montones de oro sobre los que se arrojó mi codicia como el águila sobre la presa, y empecé a llevar las bolas que llevaba.

“El derviche hizo otro tanto; noté que prefería las piedras preciosas al oro y resolví copiar su ejemplo. Ya cargados mis ochenta camellos, el derviche, antes de cerrar la montaña, sacó de una jarra de plata una cajita de madera de sándalo que, según me hizo ver, contenía una pomada, y la guardó en el seno.
“Salimos, la montaña se cerró; nos repartimos los ochenta camellos y valiéndome de las palabras más expresivas le agradecí la fineza que me había hecho, nos abrazamos con sumo alborozo y cada cual tomó su camino.

“No había dado cien pasos cuando el numen de la codicia me acometió. Me arrepentí de haber cedido mis cuarenta camellos y su carga preciosa, y resolví quitárselos al derviche, por las buenas o por las malas. “El derviche no necesita esas riquezas – pensé - ; conoce el lugar del tesoro; además, está hecho a la indigencia.

“Hice parar mis camellos y retrocedí corriendo y gritando para que se detuviera el derviche. Lo alcancé.


“- Hermano – le dije-, he reflexionado que eres un hombre acostumbrado a vivir pacíficamente, sólo experto en la oración y en la devolución, y que no podrás nunca dirigir cuarenta camellos. Si quieres creerme, quédate solamente con treinta; aun así te verás en apuros para gobernarlos.

“Tienes razón – me respondió el derviche- , no había pensado en ello. Escoge los diez que más te acomoden, llévatelos y que dios te guarde.

“Aparté diez camellos que incorporé a los míos; pero la misma prontitud con que había cedido el derviche encendió mi codicia. Volví de nuevo atrás y le repetí el mismo razonamiento, encareciéndole la dificultad que tendría para gobernar los camellos, y me llevé otros diez. Semejante al hidrópico que más sediento se halla cuando más bebe, mi codicia aumentaba a la condescendencia del derviche. Logré, a fuerza de besos y de bendiciones, que me devolviera todos los camellos con su carga de oro y de pedrería. Al entregarme el último de todos, me dijo:

“ – Haz buen uso de esas riquezas y recuerda que Dios, que te las dado, puede quitártelas si no socorres a los menesterosos, a quienes la misericordia divina deja en el desamparo para que los ricos ejerciten su caridad y merezcan, así, una recompensa mayor en el Paraíso.



“La codicia me había ofuscado de tal modo el entendimiento que, al darle gracias por la cesión de mis camellos. Sólo pensaba en la cajita de sándalo que el derviche había guardado con tanto esmero.

“Presumiendo que la pomada debía encerrar alguna maravillosa virtud, le rogué que me la diera, diciéndole que un hombre como él, que había renunciado a todos las vanidades del mundo, no necesitaba pomadas.

“En mi interior estaba resulto a quitársela por la fuerza, pero, lejos de rehusármela, el derviche sacó la cajita del seno y me la entregó.

“Cuando la tuve en las manos, la abrí; mirando la pomada que contenía, le dije.
“– Puesto que tu bondad es tan grande, te ruego que me digas cuáles son las virtudes de esta pomada.

“– Son prodigiosas – me contestó -, Frotando con ella el ojo izquierdo y cerrado el derecho, se ven, distintamente todos los tesoros ocultos en las entrañas de la tierra. Frotando el ojo derecho, se pierde la vista de los ojos.

“Maravillando, le rogué que me frotase con la pomada el ojo izquierdo.

“El derviche accedió. Apenas me hubo frotado el ojo, aparecieron a mi vista tantos y tan diversos tesoros que volvió a encender mi codicia. No me cansaba de contemplar tan infinitas riquezas, pero como me era preciso tener cerrado y cubierto con la mano el ojo derecho, y esto me fatigaba, rogué al derviche que me frotase con la pomada el ojo derecho, para ver más tesoros.



“– Ya te dije – me contestó – que si aplicas la pomada al ojo derecho, perderás la vista.

“Hermano - Le repliqué sonriendo- es imposible que esta pomada tenga dos cualidades tan distintas y dos virtudes tan dispersas.

“Largo rato porfiamos; finalmente el derviche, tomando a Dios como testigo de que decía la verdad, cedió a mis instancias. Yo cerré el ojo izquierdo, el derviche me frotó con la pomada el ojo derecho. Cuando los abrí, estaba ciego.

“Aunque tarde, conocí que el miserable deseo de riquezas me había perdido y maldije mi desmesurada codicia. Me arrojé a los pies del derviche.

“Hermano. Le dije. Tú que siempre me has complacido y que eres tan sabio, devuélveme la vista.

“– Desventurado- me respondió-, ¿no te previne de antemano y no hice todos los esfuerzos para preservarte de esta desdicha? Conozco, sí, muchos secretos, como has podido comprobar en el tiempo que hemos estado juntos, pero no conozco el secreto capaz de devolverte a luz. Dios te había colmado de riquezas que eras indigno de poseer; te las ha quitado para castigas tu codicia.

“Reunió mis ochenta camellos y prosiguió con ellos su camino, dejándome solo y desamparado, sin atender a mis lagrimas y a mis suplicas. Desesperado, no sé cuántos días erré por esas montañas; unos peregrinos me recogieron.

LAS MIL Y UNA NOCHES

Historia de Addula, el mendigo ciego”. En la Antología de la literatura fantástica
XII y XVI

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